Aristófanes
era un comediante que no tenía gracia ninguna... una cosa es vivir
del chiste y otra ser chistoso. ¡Y que viva José Luis López Vázquez! Este beatona y conservador de Aristófanes, dejó
escritas unas palabras que he pescado a anzuelo:
"No
tienes más que ver a los políticos en las ciudades: cuando son
pobres son
honrados
con la gente y con el Estado, pero en cuanto se hacen ricos a
expensas del erario
público,
en seguida se vuelven unos sinvergüenzas que conspiran contra el
pueblo y
luchan
contra la democracia"
Hacerse
rico a expensas del erario público, sinvergonzonería, fraude,
corrupción...¡Ah! estas notas musicales suenan tanto en mi cabeza
como esas coplillas de triunfitos y gorgoritos músico-televisivos que tanto dinero dan
al sector de los analgésicos... y se me saltan las lágrimas de la
otitis. Los nombres de esos hacedores de riquezas cambian pero bajo esos nombres cuelgan las mismas vergüenzas.
Esas acciones censurables de los políticos que son amenaza y
conspiración contra la democracia ¿vienen del espacio exterior a
ésta (la democracia) o, por otro lado son una consecuencia de
ésta... una infección del más acá, más que una gonorrea del prostibular más allá ?
Los
filósofos, 'inocencicos' ellos, confiaban en que la democracia, el
gobierno del pueblo, la soberanía popular (que tan bonito suena
oiga, aunque ya hiedan las versiones orquestales por muchas y por
chabacanas), fuera la perfección social: la democracia sería algo
tomado al asalto sin resistencia ni escabechina por la sociedad
civil, quien edificaría ladrillo a ladrillo (con perdón) desde
abajo hacia arriba un Estado cuya forma de gobierno fuera en la
cúspide tan democrático como en la base. Bockelmann, 'animalico'
él, lo veía de una manera más simple y más esclarecedora: una
sociedad donde el otro no es mejor ni peor, sino distinto... ¡Qué
bonito!
Es
la hora de las matemáticas:
La
democracia, tan helena como la geometría euclídea, adolece de sus
mismos errores. Si hay algo que caracteriza a la geometría euclídea
es que es una idealización nacida de la mente humana, una solución particular de algo más abstracto y menos humano aún. El hombre
occidental beatón y conservador como Aristófanes, ha cerrado filas
en estas antiguas ideas sin cuestionarlas durante siglos hasta el
extremo de hacer ver de forma forzada a la naturaleza como un
universo euclídeo, cuando relamente no se ven líneas rectas por
ninguna parte, ni paralelas, ni planos, ni esferas... ni absolutos,
en definitiva.
- Si
esta pieza del puzzle no encaja, la golpeamos y la recortamos hasta
que entre en el hueco, ¡cojones!
La
democracia viene a ser una versión filosófico-política de esa
geometría de cuento de hadas que le salió por ahí a Euclides.
Los
políticos sabedores de este espejismo, de esta idea que por muy
extendida no deja de ser endeble y hasta ficticia pero que les sirve de blando colchón para sus golferías y tradicionalismos, se encargaron de
propagarla aún más a la mayoría, al populacho, a la plebe, a la
masa, el pueblo soberano (y viva el brandy), para atraer
participación ciudadana, votos, en defintiva poder... poder
oligárquico.
-¿Para
qué vamos a quitarles la ilusión si son tan felices así, las
criaturitas?
Según
Diderot, el hombre de espíritu ve lejos en la inmensidad de los
posibles, el idiota no ve nada posible más que lo que es. Al hombre
de espíritu se le llama en el mejor de los casos posibilista,
partidario de la posibilidad del poder democrático, también se le califica por esta actitud de temerario; en el peor y ya puestos a echar
pestes por la boca para dejarle fuera de juego de forma
antirreglamentaria, se le cuelgan los sacos 'benditos' de antisistema, radical, marginal,
antisocial y hasta terrorista. El idiota, a diferencia del hombre de
espíritu, es más pusilánime, más político, dispuesto a medrar
hozando en el lodazal que ha preparado la participación ciudadana para mayor gloria de la
partitocracia. Los partidos políticos optaron por ser realistas, por
no ver como posible nada más que lo que es, como los idiotas, por
ser partidarios de la realidad del poder oligárquico que obliga a
andar con la cabeza agachada y a no ver la que se viene encima
(llámese crisis del ladrillo, hipotecaria, o como gustare al
lector).
Las
grandes decisiones en nuestra democracia cañí-parlamentaria, las
toman los representantes de los ciudadanos... siempre se ha dicho
esto. Pero ahora se oyen cada vez con más frecuencia y desde
más
sitios, que esas decisiones necesitan del previo consentimiento de
quienes de verdad detentan el poder: los que tienen el dinero, los
títulos valores, las mayorías en los consejos de administración de
los grandes monstruos empresariales a cuya sombra vivimos. Y la
realidad del día a día que se nos cuenta, no por un puñado de
medios oficialistas, sino por una pléyade de pequeños medios
alternativos a la propaganda, es que con ese dinerón es con el que
consienten que alguien permanezca en el poder político, con el que
asienten cuando la cabeza del representante de la soberanía popular
se vuelve para pedirles aprobación, y con el que mienten por medio
de su séquito de voceros.
Esa
propaganda es la que sale de las bocas de nuestros dirigentes
políticos a la cabeza y de los medios de comunicación en el
pelotón, en forma de varias coplas tituladas 'transición', 'pueblo
español', 'fiesta de la democracia' y sobre todo 'consenso', mucho
'consenso' para dar y tomar, para repetir hasta niveles
pantagruélicos. ¿Qué es ese consenso del que tanto hablan? ¿Es
bueno, milagroso, políticamente balsámico? La Constitución, se nos
dice que fue establecida por consenso. El consenso es la coyunda de
los puntos de vista de unas pocas personas, que , hete ahí, se
erigen en una especie de illuminati legitimados por a saber qué
entidad ectoplasmática de maravillosos poderes, para establecer las
reglas de la libertad, políticidad y fraternidad . Unos pocos dictan
para otros muchos sin preguntarles a éstos. Este puñado de
'elegidos' le ponen el disfraz de democracia con su camisita y su
canesú a una oligarquía de petit comitè, para ocultar la fealdad e
inmoralidad de ese pacto. Y por fin, ¡tachán!, aparece tras rasgar
el envoltorio plateado, banda de música, curata, picoleto, alcalde,
fuerzas vivas y tijeretazo a la cinta inaugural, el régimen de
partidos. Aunque no responda a las reglas de la democracia formal ni
a los ideales de aquella democracia de los filósofos, el producto ya
ha sido presentado al público como algo inevitable, como lo mejor
que nos podía haber pasado, con música de fanfarrias y fuegos de
artificio, y bien maquillado y engominado para asombro de los
boquiabiertos.
¿Cuál
es pues la fórmula mágica para mantener este sistema alternativo a
la dictadura sin levantar sospechas entre un populacho desinformado
pero no completamente tonto, por haber sido escaldado recientemente?
El aprendiz de brujo ha tirado del libro de magia y ha usado el
conjuro del sistema proporcional de listas, acorazado por una ley
electoral: el futuro de la partitocracia queda asegurado sin ofender
a los súbditos y haciéndoles ser, a su vez, colaboradores
necesarios. Aprobar la ley electoral es poner la primera piedra de
la oligarquía de partidos, una suerte de muro que cierra el camino a
la democracia y que hace vivir a los gobernados y al pueblo soberano
(de brandy, fútbol y farias), bajo una oligarquía de partidos o
partitocracia, que tanto monta. Se les hace ver que más allá de ese
muro está el peligro, la nada, el caos, la anarquía y la dictadura,
y que más acá está el paraiso democrático 'con sus virtudes y sus
defectos' como siempre se agrega para darle una nota de autenticidad.
El
papel que acogía a la palabra democracia ya está reseco y
amarillento, y hasta algunas manchas de moho le han salido... cuando
la hoja era inmaculada, la democracia garantizaba un gobierno acorde
con los deseos e ideas de la mayoría. Pero esa garantía ha pasado a
mejor vida casi después de su parto. Y la mayoría ha sido víctima
de una estafa (eufemísticamente 'error') por la cual se ve obligada
a concurrir a elecciones de forma sistemática, las cuales -experiencia manda- se han demostrado estériles para alcanzar esos
deseos e ideas que figuraban en la letra grande del contrato de
garantía ya caducado. Esterilidad que ha conducido al callejón sin
salida de la dictadura de los intermediarios político-financieros.
Si era previsible o no el desenlace de esta tragedia, o si era un
deseo materializado de forma premeditada desde el principio, eso ya
constituiría el planteamiento de otra narración. Pero lo que sí es
observable y comprobable es que en vez de una democracia real,
estamos inmersos en un régimen partitocrático u oligarquía
partidista.
El
precio que estamos pagando por mantener en la lista de ventas este
cuento de hadas desesperanzadoras y hados corruptos, que sin la
Europa de los Bloques ya ha dejado de ser útil, de ser leído y de
estar de moda, es demasiado alto: en este año 2012 ese precio ya se
ha traducido a números y a lágrimas.
"Nadie
conoce toda la amargura de lo que aguarda en el futuro. Y si de
pronto apareciera
como
en un sueño, la negaríamos apartando los ojos de ella. A esto le
llamamos
esperanza."
- Elías Canetti