domingo, 24 de mayo de 2020

¿QUERER? ¿QUERIENDO? ¿QUERIDO?

¿Qué sois vosotras, mitologías escritas con caligrafía oligofrénica, que lo impregnan todo con la acidez del vómito?
Determinadas por vuestra propia naturaleza sólo sois jumentas, que cargan la pesada carga para luego comer el pienso, hasta el día en que los moralmente considerados os lleven al matadero.

Hubo un tiempo en que creía pensar en color, pero el agente casi no podía mover lo transparente y por ello pensaba con mitológicos errores de coloración: todo era del granate de la tortura y del hedor de la sangre.
Hubo un tiempo en que la razón, aunque escasa, no tenía arrugas en la frente, como el Golem postrado ante el Rabí Loew bar Bezalel. Un tiempo hubo en que su ímpetu se metamorfoseaba en espinillas de purulentos secretos, cuya libidinosidad me tentaba a reventarlas, asesinarlas, ignorarlas.
Hubo un tiempo en que el aroma emborrachaba al pensamiento, que daba tumbos por los estrechos callejones de un laberinto de benzaldeídos, amoníacos, putrescinas y cadaverinas.
Un tiempo hubo en que con el estornudo no se iba el alma por arte de fechizo e bienquerençia, sino sólo mocos sinceros, espesos y verdosos. Tiempo hubo en que mi impotencia a todos causaba risa y yo, amedrentado, reía para no ser tiroteado con criadillas fritas.

Ahora pienso viejo, veo cómo termina lo vivo y cómo comienza lo muerto, pienso con la fecha de caducidad ilegible y al reloj sólo le quedan unas pocas arenillas. Ahora todo anuncia disposición a yacer en la tierra o en un horno crematorio: la práctica de la prostitución ofrece en cada generación vertientes olvidadas y a veces nunca imaginadas. Entonces, mis pensamientos se harán inmortales, de aspecto invisible, honestos con nadie, ni siquiera serán aburridos porque no habrá constancia de ellos y su rebuzno no conmoverá a ningún corazón a palpitar de asombro.

Yo que de parido fui a caer por desventura en la marmita donde se cocían a fuego lento la torpeza y el desvarío, he eternizado la comprensión del segundo durante tanto tiempo, que cuando llegué a comprenderlo la libido me estaba diciendo adiós con un pañuelo bordado desde la ventanilla del tren que partía para nunca más volver. Una mano abre el costillar con aceradas uñas y en su palma dos pares de labios se abren para beber la sangre de mi corazón; encarnizamiento en el castigar en vez de dadivosidad en el premiar.

A las inflorescencias de mi pensar se les van marchitando los pétalos y huérfanas de polinización, y por mor del cornezuelo, se pudren con un olor tan parecido a la perfumada mejilla de la doncella de la muerte...
La espuma y el pavoroso estruendo de la tempestad se aleja y disipa su furia. Aferrado a los restos del naufragio dialéctico voy a la deriva mientras el sol clava sus aparejos de matarife lentamente, sin prisa, sin compasión, sabiéndose implacable vencedor.

¿Qué fueron mis pensamientos sino pájaros ancianos que con su volar cansino y derrotado acabaron mojando sus últimas plumas en la salada sangre del mar, presos de un puño de dedos huesudos y corruptos que nunca más les volverían a devolver el vuelo ni la vida?

Cuando el pensamiento va hundiéndose en la decadencia, los dorados colores del ocaso se van fragmentando y el gris todo lo difumina, todo lo apaga, sin delicadeza y sin conmiseración con los videntes.
En algún otro lado despuntará el amanecer, un orto de anaranjados silogismos que echan chispas, una primavera de prodigiosos pensamientos rápidos y ágiles. Ahora, mis inservibles, mis tullidos, mis viejos pensamientos que siempre creyeron ser biblioteca cuando no pesaban lo que un libro huérfano de alguna de sus hojas, van caminando solos, sin malas compañías, que buenas nunca fueron, hacia el occidente, adonde los pensamientos vanos, adonde nadie espera ni siquiera ser amado...
Guardada en la escritura del persistente negro sobre blanco, será la memoria de todos los que no son yo.