Los
balances empresariales antes eran obesos, rezumaban dividendos, ahora
son escuálidos por mor de una infestación de pulgas virtuales .
Antaño el valor y número de los inmuebles había experimentado una
subida hasta el infinito y más allá, hogaño ese exceso de ladrillo
reposa inmóvil en forma de viviendas vacías, a la vez que se vacían
de inquilinos, por la fuerza, a los que no pueden (y no que no
quieren) pagar alguna de las mensualidades de su crédito
hipotecario. El desempleo galopante ha derrumbado las expectativas
de futuro de los agraciados con esta desgraciada lotería del paro.
El desempleado ve con terror, que esto no es algo transitorio, como
no muchos años ha, sino que esto se puede prolongar en el más allá
de su vida, es decir, en el futuro desenvolvimiento de sus hijos. El
parado de ayer, el que paraba por un tiempo determinado, es el
desempleado de hoy, el que está fuera del juego del salario por una
larga temporada. La crisis para estos ex-trabajadores, no es una
palabra comodín, como puede serlo para los mercenarios de la
retórica: políticos y tertulianos; es un díario amanecer con
angustia y un diario anochecer de terroríficas visiones de almohada;
es un sobrevivir jadeante en una atmósfera casi irrespirable donde
poco auxilio se puede esperar de unos servicios públicos sanitarios
en proceso de abandono y desmantelamiento. Angustia y terror que ya
se ha cobrado vidas. Y es que las crisis, y a lo largo de la historia
más de una ha habido, están emparentadas con la enajenación y la
muerte violenta de parte de la población.
Se
fabricó en España una pirámide de Egipto a base de naipes,
políticos y metros cuadrados de oropel, y en menos que canta una
legislatura un golpe dionisíaco hace caer, una a una todas esas
cartas marcadas, que una vez revueltas por el suelo cubren su lujo
con la tierra sobre la que se habían erigido, esa tierra violentada
por cimentaciones de sociedades anónimas de la construcción.
Spain
was not different.
Los
sagrados templos que eran nuestros hogares han quedado en ruinas, y
de personas de provecho pasamos a ser parias, hormigas que han
extraviado su hormiguero y vagan perdidas por las estepas de la
pobreza y las nieblas espesas de la incertidumbre. Todo lo que unos
guantes blancos han ordenado construir a una legión de manos
callosas , puede ser destruido a manotazos por orden de esos mismos
guantes. Y así ha sido.
Para
las televisiones, la desgracia ajena, tan generalizada como nunca
antes había estado, ha sido un yacimiento de programación low-cost,
'uséase', un estudio y cuatro tertulianos más o menos puestos en la
materia y/o más o menos puestos de sustancias espirituosas.
Privilegiados mercenarios de la palabrería, pagados por los grandes
medios con dinero ganado a través de la exhibición de subproductos
audiovisuales inspirados en el drama colectivo. Mercenarios de la
tertulia que han tomado el papel de pequeños profetas. Jugando a
analizar con parcialidad el pasado, se apropian del presente al modo
de aquella fábula del melenudo crucificado que se había
autoproclamado intermediario y hasta hijo de su dios; sí, sí, aquella deidad
con aspecto de jipi que, al igual que los tertulianos de la crisis,
proclamaba a los cuatro vientos y a las cien tempestades: "mi
palabra es la verdad". Una vez tergiversado el pasado a su gusto
y antojo, y haber disfrazado la crónica con un folclórico traje de
'opinión', están consiguiendo obstaculizar el que se vea con claridad
que en verdad no existe ese mundo creado desde los platós. La
realidad a pie de acera y cascote debería mover al silencio, aunque sólo fuera por respeto.
Estos
medios, a través de la 'extraplana-tonta' repiten y repiten el mismo
esquema al televidente, variando levemente la figuración y el
aplauso enlatado, hasta el agotamiento, el tormento, hasta que la
sociedad esté cubierta de tele-suciedad, hasta que los índices de
audiencia les informen a los capos del tele-uno, tele-dos,
tele-ene-más-uno, del nivel de contagio que esta propaganda
perniciosa ha perpetrado sobre sus videntes/clientes... y con escasa,
sino nula, asistencia sanitaria que les asista. Todo vale cuando se
trata de mantener el sistema que les mantiene a ellos ahí, orondos,
perfumados, sonrientes y con tanta empatía con la
ciudadanía/aldeanía como la que puede tener una patata cocida con
su entorno.
Allá
por los 70 (esa década que terminó con el amanecer del punk) el
Estado del bienestar de nuestra maravillosa y emponderada
civilización occidental, va a ser presa de las garras de la crisis.
De repente, el crecimiento económico empezó a remolonear, a
aletargarse, el desempleo se dispara y los precios se hacían
inasumibles para aquellos ingresos... en vez de ladrillo, lo que
sirvió para agravar la situación fue el petróleo. Por entonces la
extraplana-tonta era la caja-tonta. Los portavoces del neoliberalismo
ocuparon los lugares estratégicos de los medios de comunicación, y
se sirvieron también de los mercenarios de la palabra
neoconservadora para hacer caja con la desgracia ajena. Divulgaron
con parcialidad un pasado que les había traido a la situación
presente. El Estado del bienestar era el culpable, era parte de aquel
pasado y responsable de la por entonces crisis económica. Los dos
césares más exhibicionistas de esa legión de
mercenarios-media, fueron el FMI y el Banco Mundial. Y sus
centuriones más relevantes Reagan en los Estados Unidos y Thatcher
en el Reino Unido. Llevaron la repetición de su mensaje hasta el
agotamiento del televidente, hasta su completo contagio e
impregnación de esa propaganda inoculada con una machaconería
típica de Goebbels: ¡hay que desmantelar el Estado del bienestar,
la privatización es el bálsamo de Fierabrás que nos salvará de las almorranas intervencionistas!.
En
este siglo XXI y en este trozo de península, los valores supremos
redactados en la constitución de 1978 por los herederos de Franco,
han sido desvalorizados por una crisis aún mayor que la del
petróleo, la del ladrillo, que es hijo puta-tivo de la
partitocracia. El nihilismo se ha hecho un sitio entre los pacientes enfermos de las fiestas de la democracia. Hay una
disidencia radical con los partidos políticos, corresponsables de
esta postguerra sin guerra. Hay una falta de concordancia del
ciudadano con la Carta Magna. ¿Habrá un despertar de la conciencia?
Por el momento se están administrando tres opiáceos de forma
gratuita y universal: fútbol, toros y procesiones de ídolos de
madera. ¡Never mind the bollocks!