Los senderos abiertos por los mercenarios de opinión y por los que discurre la actualidad política marcan los argumentarios que se han dado al feligrés sobre la figura del Rey Juan Carlos I. El pueblo español ha sido siempre de alma crédula, en el pasado cediendo soberanía al predicador del evangelio y hoy a su sustituto, el predicador político.
Se repiten en los parlamentos todos los días declaraciones y soflamas a favor o en contra del rey emérito. Y parécese haber olvidado que no ha mucho que los representados alzaban sus quejas contra esos parlamentos por una flagrante violación de leyes aprobadas por ellos mismos, por corrupción, por usurpaciones de la autoridad soberana en forma de comisiones de investigación creadas por ellos mismos para investigarse a sí mismos que no servían para nada sino para hacer florecer titulares. Se quejaban y siguen quejándose los olvidadizos representados de las pesadas cargas tributarias descargadas desde el Parlamento por medio del oficio legislativo, pesadas cargas que agobiaban las cervices de los abnegados votantes. Pero la queja se ha hecho aplauso cuando el retrato del rey emérito se retira de la sala de gobierno de un parlamento autonómico que se ha quedado sin sanfermines: ya no incordia la cervical, el aplauso por el número circense antimonárquico ejecutado por el parlamentario de turno y vez, el mismo que le ha hecho encolerizar antes de ayer , es un bálsamo de Fierabrás que relega al olvido de forma momentánea la inquina del pueblo hacia la gobernanza negligente. El pueblo, ese sustantivo colectivo que sirve para denominar a ese otro conjunto de pueblerinos al que la demagogia le resulta un lubricante aceptable para la práctica de la sodomía por parte de esa clase, ¡no!, esa casta,¡no! ese estamento.
Crece la rebelión de los ex-juancarlistas, y el encono en la mirada de los rebelados es parejo al del hincha de fútbol cuando se le hinchan las pelotas en el transcurso del duelo de pies y balones a la sombra de unos inquietos calzoncillos coloreados. Las multitudes que agasajaban al Borbón piden su procesamiento por alta traición, sacan a relucir sus ''cuarenta años con licencia para robar'', esos mismos cuarenta años en que los vociferantes ejercieron su licencia para callar a toda tropelía y entuerto.
El hecho de que los devoradores de diarios escritos y hablados, no puedan percibir con claridad el horizonte político de todo este asunto - que la tormenta mediática acerca del reinado inviolable ha enturbiado la raya - no ha sido óbice para que las tensiones vividas por el emérito le pidieran al renqueante cuerpo real un lugar de huida donde echar amarras y descansar, por si un acaso el tiempo político y judicial escampare, rumbo a la ría de Pontevedra, adonde el puente viejo. Esa repentina fuga de los problemas, de las dificultades y las adversidades nos permite comprobar la inseguridad, la vulnerabilidad y la falta de poder por parte del emérito ante el acoso con navaja de siete muelles de los fiscalizadores de turno: Navajas exhibidas desde la valentía y el desprecio al qué dirán (las elecciones no están cerca) de quienes están en el Gobierno y, con el permiso de Lorca, 'ángeles' opositores con grandes alas de navajas de Albacete.
Comprobamos también en esa precipitación una inseguridad infantil en la orientación de la proa de una nave a la que se le presumiría madurez por su ancianidad, un golpe de timón para esquivar a un futuro que de tan próximo casi no es futuro, que es ya un inminente arrecife sobre el que encallar. Juan Carlos anímicamente ha tocado fondo en la costa gallega para evitar un enfrentamiento en batalla abierta contra una flota superior en número: el rechazo por parte de su hijo de la sobada y reeditada herencia, las tiradas de prensa escrita y virtual sobre sus negocios, en el mejor de los casos translúcidos, y el fuego de fusilería hacia su propia persona, vicios más o menos confesables incluidos, han dañado el casco de su embarcación. Citar a Ciorán no puede empeorar más las cosas: ''¿No ves que la muerte te está tendiendo esplendorosamente sus acogedores brazos para acabar con tus penalidades sin rumbo?'' Los años no perdonan y ni la sangre azul consigue un poquito de caridad de la Parca..
Tras la elefansíaca abdicación la situación de Juanito es la de un castillo de naipes que tiembla una vez coronado por la última carta. Aunque sobre el mero hecho de cazar animales pacíficos e indefensos, todos han pasado de puntillas: mediante la 'phrónesis', la prudencia aristotélica, el hombre, incluso el político, debería elegir las reglas correctas de comportamiento,pero en este caso, tanto el miembro de la clase política que carga a la izquierda (predicador del pobrismo primitivo) como el que lo hace a la derecha (predicador del corpus evangélico oficial y reglamentario), siguen sin progresar adecuadamente en la adquisición de las virtudes éticas, ''y ni puta gracia que nos hace ser virtuosos'' contestarían los privilegiados con el aforamiento mientras orinan sobre los muros de la patria mía, si un tiempo fuertes ya desmoronados...de tanto sacar la minga para aliviar remordimientos de conciencia de clase, de talonario o de fajo ensobrado.
Unas trompas huelen al abatido, lo palpan y pretenden moverlo, tratando de levantarlo. Los dueños de esas trompas no se separan del 'difunto a la fuerza', quizás queden a su lado hasta que sus restos comiencen con la putrefacción a obedecer los dictados de la entropía, ahuyentando mientras tanto a los carroñeros, para acabar, finalizado el duelo, arrojando tierra, hojas y pequeñas ramitas sobre los restos del asesinado a sangre fría.
La
Casa Real ya habla de exilio. Cioran, de nuevo invitado sin
invitación, había observado ese exilio impersonal desde el
interior, desde el día, desde la noche o desde la penumbra de uno
de sus múltiples ocasos: ''Cuando hayas muerto para el mundo, te
echarás de menos a ti mismo y consumirás lo que aún te quede por
vivir en una nostalgia insatisfecha.''
La fea y afrentosa
maldición de Alfonso XIII heredada por D.Juan con duelo y
quebranto, parece tener nuevo beneficiario y le ha caído encima a
Juancarlitros, amenazando con hacerle pedazos a golpes y a vuelcos
mediáticos.
A Don Alfonso XIII la maldición del ''Si el bien de España exige que me vaya, lo haré sin vacilaciones'' le convirtió en una suerte/desgracia de Númida que hubiera trocado el inhóspito Sahel por el lujo de la Riviera y Cannes, para su ocioso deambular con el séquito de vicios y cachondeos adjuntos. Con segunda residencia en los cotos de caza europeos donde el gemido del animal alcanzado atestigua el doloroso advenimiento de la muerte y asiduo de los hoteles con casino, engullidores de fortunas de monarcas, donde jugaba a le chemin de fer una especie de black jack o de bacará según se mire o apetezca, era una figura romántica, decadente y patética, con los ojos tristes de todos los desterrados, sólo le faltaba un poco de morfina para caer en ese letargo reptilíneo que hace palidecer la piel para mayor gloria del canon estético de la época. Y así fue gastando la vida de nómada con ojos de cordero, hasta que en el Gran Hotel de Roma, la aparición de la muerte le hizo temblar el pulso y zozobrar el aliento, ese necesitado último descanso para acabar con la vida. Dicen que amaba a los españoles, pero los españoles le habían puesto los cuernos republicanos: ''Las elecciones celebradas el domingo revelan claramente que no tengo el amor de mi pueblo''.
A Don Juan, tercero en la línea de sucesión y por eso de que la familia es una piña, le toca acompañar a su padre y compartir con él la maldición exiliante del putero pueblo español. Y lo hace por Gibraltar. Y es en el exilio donde le preparan como hombre de Estado. El golpe de Estado de Franco contra la radicalizada II República, supone una pequeña esperanza de restauración de la monarquía a la que se aferra vehementemente. Cruzando la frontera intenta unirse al bando franquista pero en Aranda del Duero le devuelven al exilio sin patada en el trasero, pese a que su padre, Alfonso XIII, fue quien promocionó a Franco militarmente, y quien donó un millón de pesetas de la época al bando nacional.
Los años y los litros de Marqués de Riscal o de Marqués de Murrieta, no vamos a discutir por marcas ni fronteras, podrían construir un vaporoso punto de referencia, desde el cual se hiciera creer a sí mismo, el futuro exiliado, el heredero de Franco, que habiendo sido él el rey fetén de España -que Felipe siempre será el Príncipe de Asturias aunque haya perdido sus ricitos de oro con el cambio a una voz 'pavuna'- y estando fuera de España, España como monarquía habría dejado de existir... La realidad podría alimentar esa confusión, desorientación y paso inestable, al ser la monarquía española de las que tiene menos apoyo ciudadano de todas las casas reales europeas. Los vasos y copas cuando conducen a buscar lo que ya es inexistente, la apetencia por aquello de lo que se carece, desembocan en la frustración, viciosa compañera y siempre sedienta por lo ''espirituoso''.
A ese lugar de exilio ya le han puesto nombre quienes de esto más saben ( antes de que la profecía se enfrente al hecho consumado y más de uno termine sus andanzas adivinatorias con el culo al aire y siendo el hazmerreír de la concurrencia). Y el nombre del presunto lugar es el de Suiza, la Confederación Helvética, un país cuya forma de Estado es la de un Estado Federal, sin reyes, ni reinas, ni cortes, ni untos, ni prebendas, pero con casinos, como el de St. Gallen, el de Luzern, el de Bern o el de Basel. Es en Suiza donde reside su infanta Cristina, medio exiliada por los trapicheos que su marido plebeyo quiso hacer pasar por justos repartos y donde reside la masa madre de algunas de las irregularidades de su Alteza emérita, que alto bien que lo ha sido siempre Juanito y por tanto igual de altas han de ser las cantidades que lo arrastraren a la corrupción y a la discordia.
Las luchas entre la oligarquía y los exiliados dieron como vencedores a los exiliados, los verdaderos demócratas, acabando con el régimen oligárquico de... la Atenas de Critias. En el caso que nos ocupa y que con trabajosos apretones de vientre nos obsequia, la oligarquía reside en la Península Ibérica: burócratas del franquismo, subdirectores y directores generales, presidentes, medrando a las faldas del opus dei, condecorados con cruces al mérito civil por colaborar con un régimen militar, hasta alumnos de la Gestapo que fueron a practicar a la Dirección General de Seguridad y después de muerto el general, nos los hacen aparecer como demócratas de toda la vida, luchadores por las libertades desde dentro del régimen, promotores de la amnistía y del ''borbón'' y cuenta nueva... y de nuevo a formar parte de la nueva oligarquía bajo la corona de un rey nacido en el exilio y nombrado heredero universal de un dictador. No te puedes fiar ni de tu padre. Que se lo digan a D. Juan, sucesor legítimo de la corona, cuando su hijo, el entonces Príncipe Juan Carlos le escribió comunicándole la aceptación, brazo en alto, de la voluntad del generalillo Franco, i.e., la propuesta de que el principito fuera sucesor a título de Rey y no su padre, así como el deshonor al quebrar la legítima línea sucesoria un 15 de julio de 1969... un auténtico 69 entre el dictador y su heredero:
Queridísimo papá:
Acabo de volver de El Pardo adonde he sido llamado por el Generalísimo; y como por teléfono no se puede hablar, me apresuro a escribirte estas líneas para que te las pueda llevar Nicolás, que sale dentro de un rato en el Lusitania.
El momento que tantas veces te había repetido que podía llegar, ha llegado y comprenderás mi enorme impresión al comunicarme su decisión de proponerme a las Cortes como sucesor a título de Rey.
Me resulta dificilísimo expresarte la preocupación que tengo en estos momentos. Te quiero muchísimo y he recibido de ti las mejores lecciones de servicio y de amor a España. Estas lecciones son las que me obligan como español y como miembro de la Dinastía a hacer el mayor sacrificio de mi vida y, cumpliendo un deber de conciencia y realizando con ello lo que creo es un servicio a la Patria, aceptar el nombramiento para que vuelva a España la Monarquía y pueda garantizar para el futuro, a nuestro pueblo, con la ayuda de Dios, muchos años de paz y prosperidad.
En esta hora, para mí tan emotiva y trascendental, quiero reiterarte mi filial devoción e inmenso cariño, rogando a Dios que mantenga por encima de todo la unidad de la Familia y quiero pedirte tu bendición para que ella me ayude siempre a cumplir, en bien de España, los deberes que me impone la misión para la que he sido llamado.
Termino estas líneas con un abrazo muy fuerte y, queriéndote más que nunca, te pido nuevamente, con toda mi alma, tu bendición y tu cariño.
JUAN CARLOS
Estos tres versos de José Emilio Pacheco
''Me preguntas por
qué de aquellas tardes
en que inventamos el amor no queda
un
solo testimonio, un triste verso. ''
tienen la culpa de que me acuerde de la Reina.
La Reina Sofía, consanguíneamente emparentada con los Jefes de las Casas de Inglaterra, Rusia, Rumanía, Yugoeslavia, de la Casa Austro-Húngara, la de Liechtenstein y la de Dos-Sicilias entre muchas otras, es una ''reinona'' con pedigrí. El calentón de un rey como Eduardo VIII por una mujer plebeya y divorciada, cuyo nombre de pila no era Letizia, sino Wallis Warfield Simpson, lo llevó al exilio. Wallis Warfield Simpson nunca pudo ejercer de reina postiza, sin pedigrí y sin parentesco confesable. Spain is different.
Siempre fue Sofía de Grecia una reina que desde su distante sonrisa parecía contagiar al observador , del metrón, esa concepción pitagórica en la que construyó Aristóteles el edificio de las virtudes. Entre los dos extremos hacia los que apuntaba su diplomática a la par que amistosa mueca, uno por exceso y otro por defecto, el gesto afable constituía ese punto medio donde se adivinaba la virtud.
Que casó con Juan Carlos por amor, toda la prensa lo difundió y su libertad de expresión nos lo pontificó, eran tiempos de adhesiones inquebrantables por aclamación popular y por la suerte del aplauso. El viento reinante empujaba con la periodicidad que convenía a esos cortesanos del cuarto poder, aires perfumados de un matrimonio santificado por la pasión de verdaderos amantes, aunque los años, los usos y las costumbres del monarca harían mucho por llamar tres veces al ataud del amor, esperar en silencio una respuesta muda del finado para después declarar púbicamente por lo bajinis: ''el rey del amor ha muerto, viva el rey del desamor.''
Quizá empezó Sofía a intuir al heredero del trono del amor desde un principio y a presagiar las crueles pruebas a que había de someterla el matrimonio. De una presumida conducta prudente y mesurada sale en ocasiones una desgracia abrumadora, caprichos de los ojos vendados a medias. La desgracia de 44 años sin dormir juntos y la imagen del hombre despojando de la ropa a su mujer hasta dejarla desnuda sobre la cama, encerrados bajo llave en una de las habitaciones de los recuerdos a olvidar.
La reina tuvo siempre las prendas de un ánimo sencillo que la hacían digna de portar la diadema de su condición real sin titubeo ni vergüenza disimulada. A ello son educados desde la infancia, a no exteriorizar los sentimientos para que no trasciendan públicamente, sientan lo que sientan, padezcan lo que padezcan, por muy humillantes que sean las contrariedades. Su regia educación la ordenaba esperar sin perder la compostura en un discreto y contenido movimiento. Y así era vista por el populacho ( más asilvestrado que educado), en ese eterno segundo plano.
Aunque en la misma cámara, rey y reina dormían cada uno en su jergón desde el año 1976. La separación entre lechos hacía las funciones de sermón al libertino. En esas condiciones al juntamiento con fembra placentera sólo le restaba la dignidad de un mutis por el foro, lo que suponía una muerte simbólica del sagrado vínculo, pero sin llamar la atención salvo la del mudo anonimato.
Sofía de Grecia a sus pies vio caer el asta que le coronaría la cabeza por los años venideros, en una finca de caza de Toledo. Una duquesa consorte tuvo la dicha de ser frecuentada por el más alto miembro, con perdón, de la realeza. Los cuernos se sucedían en sucesivas jugadas erótico-festivas repetidas en Barcelona, cuernos que se le iban subiendo a la cabeza pues la habían adoptado como dueña: Quia res ubicumque est, pro domino suo clamat. Los años van pasando y como uva pasa y arrugada ha quedado la lozanía. Bien cierto es el acertijo que dice que los cuernos siguen pareciéndose a los dientes: los hay naturales y postizos.
Muchos años antes de estos episodios de infidelidades, la relación de Alfonso XIII con Victoria Eugenia de Battenberg también se había roto, mucho tiempo había que astas enarbolaba, pero durante los tiempos de palacio las formas se guardaban, hasta que el exilio fue una eximente de esa guarda y custodia de la compostura y la cornuda le escupió a Alfonso XIII con toda la rabia acumulada durante 25 años de fornicio no consentido: ''¡No quiero ver tu fea cara nunca más!
Y si nos remontamos hasta el curso alto de este río, las sábanas de los negocios de la cama real, nos dejan adivinar entre sus arrugas los dos hijos bastardos de Fernando de Castilla antes de maridar con Isabel, la maña. Aunque la futura reina nunca se considerara cornuda pues cuernos sin matrimonio sacramentado no son cuernos.
Tras el comunicado de la Casa Real, el que la Reina no se irá con el rey en su exilio voluntariamente forzado se da por sentado sobre cómodos cojines bordados. Y es que quizás sea conocedora, por vía fraterna, de que destierro se puede llamar donde virtud no mora.
El Rey de España se va a Centroamérica, quizás luego a Suiza o a Portugal y con Juanito se va también, un poco, la monarquía española, una vez más.
Como colofón, sólo me queda hurgar un poco en la lectura que Gustavo Bueno hizo sobre el tratamiento que Jean Piaget dio a las cuestiones éticas y morales: Así como al niño le van saliendo las normas morales a la manera como le van saliendo los dientes, al viejo, por eso de que se va a morir él solo, se le van cayendo las normas morales a la manera como poco a poco se va convirtiendo en un desdentado. La dentadura postiza no es sino un artefacto que muestra al ''desmoralizado'' ante los demás como portador de un andamiaje de normas morales robusto e indestructibe; los demás, por respeto a su edad, no pueden hacer más que sonreir a sus ingenuos intentos de engañar con tamaña 'utilería'.
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