miércoles, 22 de julio de 2020

SINCERIDAD DE LA EBRIEDAD

Por arenas volcánicas del submundo

los borrachos minan el suelo 

de arcadas,

tanteando pubis canosos,

masturbando lo instantáneo,

agitando manzanas fermentadas.


El mentón firme

sobre la orilla del océano,

guijarros en la mar navegando

quieren desdentar la boca.


En la estancia del salitre,

tendidos con pinzas,

cuelgan cuerpos

ya despegados de sus almas,

mecidos por un horizonte

hecho bocanada de viento.


Los pies ebrios

dan bríos a la dura orilla,

cuyas olas rugen

hasta hacer del pensamiento

un eco de ciencia incierto.


Maridos son los vientos,

las nupcias consumadas,

esposas son las fuerzas.


Del sedal atado,

del anzuelo enganchada,

una mustia rosa

su sangre espanta

al beodo playero

que huye

en rumbo incierto.


El hombre ebrio

hace sombra sobre el suelo

de memoria y de juicio,

cayendo en el olor

de acidez hiriente de su pensamiento ,

herido y muerto de cobardía.


El desierto tapa

el mágico espejo del agua mística,

las armas disparan

purificación y sanación,

apuntando al horizonte,

esa línea presente y ausente

que en miríadas de reflejos

confunde los detalles y los matices,

allende el desierto de almas,

los nosotros mismos

y los vosotros que nos rodean.



Cientos de bondades

enfrentadas al obstáculo,

salen a morir

desafiando al fracaso,

en un efímero ahora

de una paja fugaz y pasajera

al mar eyaculada.


La cura de la locura del niño

crece

donde la arena se empapa

del ingenuo ingenio

y sus desvíos fermentados

en una suerte de atávico vino,

conectado con evocaciones del pasado

y babas reencarnadas durante siglos.



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