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miércoles, 6 de diciembre de 2017

DE CUANDO ROSELL SE PREOCUPABA DE LOS TRABAJADORES Y NO DE CATALUNYA

Hay lunes que deberían suicidarlos por ser ofensivos a la vista y sobre todo después de leer tantos retales políticos sobre Catalunya. Pero la guinda del pastel ha sido un entrecomillado que me ha hecho arrojar el pliego al suelo:"...la altísima temporalidad y la escasa duración de los contratos...". Hoy ha sido un lunes de esos, de esa anómala especie, en los que mi vieja y perturbada memoria pesca recuerdos con anzuelo. Y hoy ha picado uno de cuando el presidente de la CEOE, Juan Rosell, eruptó aquello de que el trabajo ''fijo y seguro'' era ''un concepto del siglo XIX'', ya que en el futuro habría que ''ganárselo todos los días''. Lunes así, que son veneno para la vida sedentaria, deberían ser desterrados de la memoria del calendario, arrancados de cuajo y pisoteados.


A la mar social se la ve gruesa y rugiente desde el acantilado, pero la marinería empresarial de buque factoría va haciendo ensayos a la chita callando, en espera de que la cosa amaine un poco para echar el ancla en un futuro tenedero que casi puede ser un pasado mañana, adonde señala el sónar de la CEOE, para hacer faenas de las suyas, más para excusar muertes que para dilatar vidas.

La verdad absoluta no es patrimonio de ninguna organización empresarial que conoce y disfruta de la holganza en la mentira, ni del quien más grita tras unos micrófonos su sorda sinrazón.  En este país, ojeriza de los latifundios de la razón, al amparo de un cargo o una autoridad civil, a la sombra de las sotanas de la jerarquía religiosa y los galones de la militar, se puede afirmar lo que le salga a la merced de turno del extraño puente colgante que se adivina entre los muslos.
-¡Hombre! Con lo bien que iba, ¿por qué dice eso ahora?
-Dele al Ribeiro que ahora se lo explico sin excusas pero con la demora de ese descuido de queso.
Pues porque los que ocupan estos cargos están ahí hasta que son demasiado viejos y débiles para encolerizar sensibilidades y sus voces cascadas cobran un deje de patetismo que sólo provocan indiferencia. Y porque después de ellos, los que vienen detrás, heredando de los eméritos, van a seguir envejeciendo de la misma manera... predicando que sus mercaderías, no son mercancías, sino estilos de vida.

¿Cómo se puede afirmar una ''rosellada'' así, acerca de la situación laboral en el siglo XIX y quedarse tan ancho y espatarrado? ¿Quizás para divertir el aburrimiento de ciertas justicias de parte, el de capricho de vuecelencias, trecetelevidencias, el de aconsejadores y guardadores de honras, todos impermeables a la ética, con juegos de palabras corrosivos, deformadores y capaces de desfigurar todo lo que se refiere al bienestar de los trabajadores y holgazanes? El trabajo ''fijo y seguro''  ''un concepto del siglo XIX''... ¡Hay que joderse y apretar el culo para no peerse!


La CEOE es una organización que gusta de acojonar al tendido de sombra con gráficos y datos apocalípticos, con tendencias y porcentajes paleocénicos, con artiméticas retóricas y cortinas de humo con muchos decimales, muchos puntos básicos y muchas suturas neoliberales. Pero en este caso, haciendo de Conferencia Episcopal, recurre Rosell a la demagogia pseudohistórica, la palabrería hueca, el antinúmero y la antilógica... 
-Antes de empezar a explicarlo, hay que reponer electrolitos, así que vamos a descorchar esa botella de Albariño, no se vaya a picar.

El primer Censo Nacional de Población data del 18957. 
El trabajo ''fijo y seguro'' es ''un concepto del siglo XIX'' nos decía el obispo de los empresarios. Sí, sí... pero en materia de datos que sujeten esas alicaídas tetas retóricas y visto el año del primer Censo Nacional, más de la mitad del siglo ya ha sido barrido por el viento arenoso del desierto de los Monegros o el de Mojave, transformando los frondosos jardines botánicos de la razón en eriales de demagogia... 57 años tienen la culpa de que el siglo XIX laboralmente sea un tráiler de siglo, aunque Rosell nos quiera vender la entrada para ver un largometraje. Cincuenta y siete años huérfanos de máximos, mínimos y estadísticas... cincuenta y siete años sin ingredientes para justificar el peculiar tiroteo patronal que se dispara tras los micrófonos del cuarto poder. 


Para encontrar censos que clasifiquen a la población según sus modos y formas de ganarse la sal, el aceite y la harina, hay que ir hasta el año 1877...¡Qué poco le queda al siglo para pasar a mejor vida! Son los años 70 del XIX. Casi estamos en la incipiente transición decimonónica, la septueginta punky, como aquella otra transición de la centuria veintenañera , por cuya gracia no hubo una sustitución ni, total ni absoluta ni completa del antiguo régimen, pero sí 'colocones' y 'viajes' a uno mismo. 
-Parece que fue ayer...
- Sí, hablamos del finado como si estuviera vivo, pero el siglo ya está muerto y tieso como la mojama, sepultado, vilipendiado y bien saqueado por los 'salvadores' de la cruz. Así le pasaba al siglo XIX a aquellas alturas del censo a ojos de los observadores supervivientes en el siglo XX.

A Rosell ya casi no le queda siglo diecinueve, y cada vez menos... Para encontrar datos más fiables habría que esperar al año 1889, en que se publican cinco tochos, que abarcan hasta el año 1893, con información relativa a las condiciones de trabajo y salariales, así como los conflictos laborales, de forma sectorial:  son los famosos (para los viciosos de la materia) ''Informes de la Comisión de Reformas Sociales de las Cortes''. Nos quedan pues, de todo un siglo, el unto y la gordura de once tristes años... Y aún menta la autoridad oligopolista beatificada en la persona/cosa de Rosell al siglo XIX. La menta como si estuviera viendo el álbum de fotos laboral desde sus primeros pañales, pasando por el estirón, el bozo y la puesta de largo. ¿Qué va a ver, cuando los únicos negativos que hay revelados ya peinan las canas del cambio de siglo?.

-Bien, quedémonos con esos once años como representativos de todo un siglo. 
-Pues son bien pocos, ¿serán años de canela fina y polvo de oro?
-Para responder a esa pregunta hay que hacerlo con otra pregunta.
-Siga, siga mientras apuro la copa.
-Y la pregunta pertinente es: ¿Qué trabajos fijos había en esa época? ¿Quiénes eran esa casta de proletarios privilegiados que tenían la vida solucionada y estaban alumbrados por la gracia del contrato laboral fijo que a Rosell tanto le incordia la almorrana y le hace morderse las uñas y torcer el gesto?


Hay un grupo de esos trabajos fijos que pervive hoy en día y que entonces como ahora sigue sin estar remunerado y que para Rosell, como para los Roselles del siglo XIX, sigue siendo merecedor de ser considerado como un colectivo que no contribuye a la creación de riqueza del país: las amas de casa. Las amas de casa del siglo XXI en el paraíso de las ideas del líder de la Conferencia Episcopal de Organizaciones Empresariales, son mujeres que deben ser dulces y hermosas, deben trabajar gratis, deben ser guapísimas y excelentes administradoras, limpias, lavadas y perfumadas, con la discreción y la gentileza de unas zapatillas en la mano mientras se espera en vigilia al marido, a cambio de nada, como en el siglo XIX, como en casi todos los siglos.

-¿Y había muchos trabajos fijos, no como ese, sino en otros sectores?
-¡Qué inocencicas me suenan sus palabras!
-Hombre, yo solo pregunto por educación, por aparentar interés. Mejor relleno el vidrio con zumo de uva.

El destajo o pago por obra era la forma más habitual de remuneración en la España del siglo XIX. Lo que quiere decir que casi no había contratos fijos tal y como los conocemos hoy en día, es decir remunerados por horas. Precisamente, las características del trabajo por cuenta ajena en el siglo XIX eran que la gente cambiaba de lugar y de actividad para ganarse unas habichuelas: los del norte iban a sur, los del este al oeste, tan pronto sudando la gota gorda bajo tierra, en una mina, como sobre tierra segando hierba o sirviendo  a los señoritos de la capital. Como las golondrinas, volaban con los cambios de oferta, que eran las estaciones de estas nuevas aves estacionales, no volaban por placer, pese a la poesía de sus siluetas, volaban para comer. Por lo tanto, fijo, lo que se dice fijo, ni el culo lo tenían sobre el asiento, ni las manos sobre la herramienta, ese trabajador del siglo conocido como el ''Siglo de la industrialización''... industralización tardía a este lado de los Pirineos.

Acerca de que para Rosell fuera un privilegio la forma de vida ligada al trabajo en este siglo XIX tan invocado, Vicente Blasco Ibáñez lo desmiente, sacando a la luz el cuasi servilismo -siervos de un rey sin nombre del que acordarse- de los jornaleros. Es de agradecer el costumbrismo rayano en el periodismo de Blasco Ibáñez por lo de testimonial y esclarecedor que tiene la crónica a ras de suelo.  Pero la vida en el campo no tenía la representación exclusiva del mundo laboral . En esto de los 'privilegios' laborales sacados a colación por Rosell, la industria no se queda coja.
-Dele al ribeiro o al albariño, no se le vaya a secar la garganta de tanto escuchar y querer meter baza sin lograrlo, que las dos botellas están empezadas y se van a calentar.
La tribuna, novela de Emilia Pardo Bazán y primera novela de temática obrera publicada en España, nos habla de largas jornadas de trabajo, accidentes laborales frecuentes, agresiones, intoxicaciones por humos, y no en el mundo rural sino en el industrial de ese agonizante siglo XIX.

Rosell amemaza que ''en el futuro [el trabajo] habrá que ganárselo todos los días''. La amenaza parece dirigida al trabajador: te lo tienes que ganar todos los días perdiendo algo de tus derechos poco a poco, cada día. Pero lo que no se atreve a decir el orondo jerifalte de los empresarios, es que 'la finalidad de tu trabajo es mi riqueza, aunque tu trabajo sea nocivo para tu salud y funesto para tu espíritu''. La manifiesta corrección política es la más incorrecta, puta y abyecta de todas las latencias inmorales.

En el siglo favorito/odiado de Rosell, los tabajadores del campo español debían ganarse la vida a cambio de un jornal insuficiente a todas luces y sombras para mantener a sus familias, viviendo al día y de milagro. En el siglo de los 'privilegios' de Rosell, la estacionalidad de los cultivos implicaba la contratación de trabajadores por unos pocos meses al año. Un salario de mierda para unos mese de mierda.

La gratuidad de las gracias de la Conferencia Episcopal de Organizaciones Empresariales se acaba aquí: en 1885, la Comisión de reformas Sociales sobre la provincia de Vizcaya recibe un informe en el que negro sobre blanco se deja leer que : ''... el obrero de Vizcaya, como todos los obreros españoles, como poco, malo y caro ...''


Rosell quiere para los que no somos de los suyos ''otros 40 años de convivencia y prosperidad''. Nosotros sólo queremos sabiduría y virtud, por la cervantina razón de que son las únicas riquezas sobre las cuales no tienen jurisdicción los ladrones, fueren de la Confederación y Gobierno de que se trataren.