Por arenas volcánicas del submundo
los borrachos minan el suelo
de arcadas,
tanteando pubis canosos,
masturbando lo instantáneo,
agitando manzanas fermentadas.
El mentón firme
sobre la orilla del océano,
guijarros en la mar navegando
quieren desdentar la boca.
En la estancia del salitre,
tendidos con pinzas,
cuelgan cuerpos
ya despegados de sus almas,
mecidos por un horizonte
hecho bocanada de viento.
Los pies ebrios
dan bríos a la dura orilla,
cuyas olas rugen
hasta hacer del pensamiento
un eco de ciencia incierto.
Maridos son los vientos,
las nupcias consumadas,
esposas son las fuerzas.
Del sedal atado,
del anzuelo enganchada,
una mustia rosa
su sangre espanta
al beodo playero
que huye
en rumbo incierto.
El hombre ebrio
hace sombra sobre el suelo
de memoria y de juicio,
cayendo en el olor
de acidez hiriente de su pensamiento ,
herido y muerto de cobardía.
El desierto tapa
el mágico espejo del agua mística,
las armas disparan
purificación y sanación,
apuntando al horizonte,
esa línea presente y ausente
que en miríadas de reflejos
confunde los detalles y los matices,
allende el desierto de almas,
los nosotros mismos
y los vosotros que nos rodean.
Cientos de bondades
enfrentadas al obstáculo,
salen a morir
desafiando al fracaso,
en un efímero ahora
de una paja fugaz y pasajera
al mar eyaculada.
La cura de la locura del niño
crece
donde la arena se empapa
del ingenuo ingenio
y sus desvíos fermentados
en una suerte de atávico vino,
conectado con evocaciones del pasado
y babas reencarnadas durante siglos.
* * * * *