La desgracia más
horrenda, la más macabra desgracia que podría acontecerele a un ser
humano en la imaginación colectiva de la sociedad del bienestar de
los años ochenta y noventa del siglo precedente, es que le paguen
por hacer aquello que odia, que desprecia y que le amarga la vida, de
manera cicatera y en condiciones de vecindario con la esclavitud
laboral del gargantúa
asiático.
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