En el orden simple del hormiguero humano, de la sociedad cruz-ada, está la irracionalidad absoluta. La irracionalidad es lo que de tradición en sus múltiples travestismos tiene la humanidad. Esa de yelmo firmemente atado y lanza presta para el golpe mortal.
Lo premoderno era
la relación amo-esclavo, la felación esclavo-amo; lo posmoderno la relación entre
representantes de la soberanía popular y sus votantes, la gran orgía erectoral. Por todo ello
el loco, ése que no le chupa el sufragio a nadie, es el etiquetado en base al modo como se relaciona o
'desrelaciona' con el hormiguero, con el amo, con la orgiástrica partitocracia, con una etiqueta que dice:
desordenado mental. Los gotelés alucinatorios que se les achacan a
muchos locos, son un papel de regalo facultativo cuya función final es la de
ocultar la vergonzante realidad: el mísero y ruin presente arrancado
a un contenedor de basura.
"Su
belleza no necesita la ayuda de la simetría, la decoración, el
cuidado del equilibrio, sino que gana la admiración por la variedad
irreductible de sus fuerzas", estas palabras de Stefan Zweig
calificando a Balzac, bien se pudieran atribuir al desordenado, al
loco. Lo que los necios llaman desorden no es sino un orden complejo.
El
loco no es que sea incapaz de percibir la realidad tal y como es,
simplemente es quien no quiere percibir la realidad tal y como el
hormiguero dicta. Es un reo de excepción. Alguien cuyo libre
albedrío es impropio de esta regia nación, una, grande, libre,
católica, apostólica y romana. ¿Algún día los necios dejarán de
sacrificar leopoldos-maría-paneros que se niegan a ser cortesanos?
No hay comentarios:
Publicar un comentario